Sobre el Dolor · About Pain

(English version below)

En 1934 Ernst Jung publicó su ensayo “Sobre el dolor”: El dolor es una de esas llaves con que abrimos las puertas, no sólo de los más intimo, sino a la vez del mundo… [1]

El dolor es propio de la existencia en el ser humano. No sentirlo nos deshumanizaría, ignorarlo es de necios… desde que nacemos nos vemos envueltos en él: el mismo parto hasta la llegada de la epidural –y aun con ella- ha sido de sinónimo de vida y dolor.

El dolor parece necesario: nos advierte. En ocasiones, frena nuestros impulsos naturales a la acción y nos convida al reposo en los momentos que se precisa; en otras, fomenta que busquemos ayuda. Otros dolores, nos llevan a la introspección personal. Son en cierto modo como aquel esclavo que soportaba la corona de laurel a los triunfadores en la antigua Roma… ”hominem te esse memento”, nos susurra de continuo.

En el dolor hay grados, podrá ser inmutable pero varía cómo nos enfrentamos a él, nos advierte Jung. Se convierte entonces en relativo. Nos creemos buenos sufridores hasta que sentimos un dolor insoportable que hace olvidad cualquier otra circunstancia o dolor previo. Incluso aquellos que en su momento nos parecían muy molestos, son añorados en comparación con el nuevo. Hay dolores que desesperan pues siempre están ahí, y pareciera que no hay manera de quitaros; casi como si nuestro sistema nervioso se hubiera encastillado… es quizás el dolor más sin sentido –crónico le llaman-, pues habiendo cumplido su misión de aviso no hay forma de que puedan desaparecer ¿tiene sentido el dolor en estas circunstancias?

En el lenguaje, herramienta social por excelencia, es curioso cómo hablamos así mismo del dolor. Muchos podrían decir de un tiempo a esta parte que “nos duele la España de hoy”, o las Españas si lo prefieren–que hay quienes muy modernamente viajan al medievo- , o los jóvenes si quieren ser más específicos, o la generación perdida, o los ni-nis… todas ellas expresiones que nacen de un dolor empático por verlo desde fuera o propio para muchos por sufrir en sus carnes un desamparo digno de enfermos crónicos.

Y siendo las circunstancias concretas ciertas, cabría preguntarse si esa sensación de dolor crónico tiene sentido. Es verdad, nos duele el enquistamiento de las estructuras administrativas y políticas de nuestra sociedad, la estafa social que se plantea a los jóvenes a los que se les anuncia la falta de futuro profesional y casi vital, la ausencia de escrúpulos de quienes sacan provecho de corrupciones diversas, y así un suma y sigue…

Pero el dolor es relativo. Si uno mira más allá de su entorno, ve cómo los estados fallidos en el mundo añoran poder tener un mínimo de civilización. Vivir cerca de un conflicto como el de Siria, no solo en términos de distancia pero conviviendo con quienes lo sufren, pude darnos la perspectiva de cómo jugar caprichosamente con las estructuras de un Estado es altamente irresponsable y peligroso. Ni la sanidad, ni las universidades, ni la justicia, ni la seguridad son frutos de los árboles que puedan crecer por doquier, sino el producto de generaciones de ciudadanos esforzados. Si el dolor social surte de aviso para podar las ramas corruptas o anquilosadas, bienvenido sea, pero si se transforma en una queja constante que nos impide actuar con sensatez, más nos valiera reflexionar al respecto.

Hablamos de una generación perdida de profesionales porque tienen que abandonar el nido de los hogares. Pero eso es una suerte, no una desgracia, así lo deberíamos ver. Tener la oportunidad de desarrollarme profesionalmente en un mundo sin fronteras es algo deseable, levantar fronteras y tratar de encerrarme en mi mundo, en mi lengua y en mi espacio de confort es lo indeseable, porque para empezar es ese espacio de confort el que necesita ser oreado y reestructurado.

Lo bueno del dolor, incluso los más fuertes, es el alivio que se siente cuando, sin saber muy bien porqué, éste desaparece. Evidentemente es necesario un tránsito de cura, pero si evitamos que se vuelva crónico y se hacen las cosas bien, desaparece.

[1] Ernst Jünger: Sobre el Dolor. Traducido por Andrés Sánchez Pascual. Ed.1995 Tusquets Ediciones S.A.

 

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On 1934 Ernst Jung publishes his essay «On pain«: Pain is one of the keys to unlock man’s innermost being as well as the world…[2]

Pain is characteristic of human beings. Not feeling it may dehumanize us, also it is foolish to ignore it… since we are born, we are involved in it; childbirth deliver itself, until the arrival of the epidural anaesthesia -and even after it-, has been synonymous of life and pain.

Pain seems to be necessary: it warns us. Sometimes when required, it restrains our natural impulses to action and invites us to rest; in other moments, it encourages us to seek help. Some pains lead us to personal introspection. It is somewhat like that slave who bore the laurel wreath at the triumph in ancient Rome … «hominem te esse memento», whispers continually.

In pain there are degrees; it may be unalterable but what can be altered is the way man confronts it, warns Jung. Then, it becomes relative. We believe in our self as good sufferers until we feel an unbearable pain that makes us forgetting any other circumstance or previous pain. Even those other who once seemed terrible, become longed compared with the new. There are some pains that despairs us because they are always there, and it seems that there is no way to take them away; almost as if our nervous system had became blocked… it is perhaps the most senseless pain -it is called chronic-, as having lost its natural mission of advice, there is no way it can disappear; does pain has any logic in these circumstances?

At language, the most social tool, it is curious how we speak about pain itself. Many might say from some time ago that «today’s Spain hurts us»; or if you prefer “diverse Spanish Lands” – as there are very modern those who love to carry us to medieval times-, or “young generations” if you want to be more specific, or the “lost generation”, or the “nor-nor (nor studies nor works) youth”… all expressions that arise from an empathetic pain as it is seen from outside or from just pain itself for many who suffer in their flesh a helplessness worthy of chronically illness.

And being the specific circumstances real, one might wonder if that feeling of chronic pain has sense. It is true, the entrenchment of administrative and political structures of our society hurts us, as well the social scam that affects youngest who are advice about the lack of professional and almost vital future, or the non-existence of scruples of those who hurt profit from diverse corruptions, and more…

But the pain is relative. If we look beyond our environment, we can see how failed states in the world yearn to have a minimum of civilization. Living near a conflict like Syria, not only in terms of distance but coexisting with those who suffer it, could give us the perspective of how to capriciously play with the structures of a state is highly irresponsible and dangerous. Neither health nor universities, neither justice nor security are fruits from trees that can grow everywhere, but the product of generations of hardworking citizens. If social pain warns us about to prune corrupt or ossified branches, be welcome, but if it becomes a constant complaint that prevents us from acting sensibly, we should think about it.

We talk about a lost generation of professionals because they have to leave the nest households. But we should see it as fortunate, not unfortunate. Having the opportunity to develop professionally in a borderless world is desirable, lifting borders and trying to lock ourselves in our world, in our language and in our comfort is the undesirable; to start, because those comfort limits need to take fresh air and being restructured.

The good thing about pain, even the strongest, is the relief we feel when, without really knowing why, it disappears. Obviously we need a transit cure, but if avoid to chronic it and things are done well, it disappears.

[2] Ernst Jünger: On Pain. Translated and Introduced by David C.Durst. 2008 Telos Press Publishing